El liderazgo es como un viaje que comienza al escoger el sendero de servir a los demás; la misión del líder es servir. Caminando el sendero de servir y ser útil a los demás, el líder se deja guiar y guía los cambios. Lo importante no es tanto el camino, con su geografía accidentada, sino la meta y la visión de donde se quiere finalizar.
Sin embargo, se necesita un compromiso fuerte para permanecer apegado, y no comprometer, la visión con la cual se comienza. La carencia o anemia de compromiso causa dolor cuando se confrontan los desniveles pedregosos del cambio y comienzan las caídas. El dolor causado hace abandonar a muchos el camino correcto por los atajos.
Comienzan las excusas y manipulaciones, el echar culpas. El miedo vence y se desarrolla un apego maníaco al título, a la posición dentro de la jerarquía. Por consiguiente se comienza a buscar seguridad y afirmación con el propósito de mantener la posición y poco a poco comienza a surgir una depresión geológica entre la práctica del líder y los valores centrales organizacionales. Como también se empieza a evitan los riegos y la innovación. Es de ahí que se petrifica la imaginación y por consiguiente la visión. El líder se entorpece y entorpece el desarrollo de la organización.
La cuestión casi siempre es la misma: ¿Cuál es realmente nuestro compromiso? ¿El por qué se es líder? ¿Cuál es el motivo? ¿Qué se pretende lograr? ¿A quién se sirve? ¿A quién se beneficia? ¿Cómo se quiere ser recordado? ¿Se es una persona íntegra y moral? Estas preguntas facilitan la reflexión, y las respuestas anclan al líder y fundamentan el trabajo que hace.
Es cuando se alcanza este estado soporífero que el líder debe renovar su compromiso a través de la exploración profunda del desprendimiento. Es como pelar la cebolla del alma parte por parte. Es descuartizarse de lo rutinario y la seguridad y el refugio que provee. Es parar de refugiarse en acciones pequeñas y auto-satisfactorias, discursos huecos, arrogantes despliegues de autoridad, y manipulaciones quijotescas o maquiavélicas.
Desprenderse de los miedos requiere volver a ser el guerrero, o guerrillero organizacional, que uno fue en el pasado. Es correr para saltar de nuevo, aun con miedo y los ojos cerrados, al precipicio que bordea la zona de seguridad que se ha creado. Al fondo del precipicio se encuentran los ideales y el compromiso que dieron iniciación al viaje por el camino del liderazgo. Ellos crean y recrean la fuerza de la liberación y la renovación.
Como líder, hay que aprender a dragar los sedimentos calcáreos del confort. Hay que apegarse a los valores mesiánicos organizativos. Continuamente hay que reflexionar y revisar los valores que motivan a hacer el trabajo. Es aquí a donde se fundamenta la misión de servir, de sostener, del líder.
La parte más difícil de ser líder es mantenerse fundamentado, centrado, enfocado en servir al bien común ya sea de una empresa pública o privada.
La parte más difícil de ser líder es mantenerse fundamentado, centrado, enfocado en servir al bien común ya sea de una empresa pública o privada.
Héctor Geager
New York 2011
New York 2011
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